Luego de los sucesos El caballero de las espadas, Corum parece que encuentra paz y que esta envuelve a todo lo que ama. Una tarde mientras Corum y Rhalina regresan al castillo Moidel, descubren con estupor la aparición del Dios Pescador portador de una red gigante. Signo de malos augurios. Al castillo llega un personaje de lo más excentrico, llamado Jhary, quien les previene de sucesos inquietantes en el reino de los mabdén. Jhary inicia una amistad con el príncipe de la túnica escarlata, y será compañero en el nuevo caos en que se ve envuelto.
El comienzo de la trilogía prometía bastante, y esta segunda entrega no me ha decepcionado pues mantiene el nivel, y tiene un mayor despliegue de apasionante épica, de fragor de batalla, algo que parecía difícil de superar tras El caballero de las espadas. El título alude a la diosa Xiombarg, hermana de Arioch, quien jura venganza por la muerte de su hermana. Por tanto, el destino empuja a Corum con un encuentro final con la diosa con la incertidumbre de no saber en que forma. En su mundo aún no ha sido vencido el Caos pues quedan dos dioses caballeros de las espadas...Lo curioso de este libro es que a pesar de su menor extensión contiene mayor trama que su predecesor, por eso no puedes perderte un párrafo sin haberte perdido algún detalle que puede ser revelador.
El personaje de Jhary, compañero de héroes como él mismo se define, es todo un descubrimiento. Compite con Corum en personaje más complejo, liderazgo que tenía éste en la primera parte. Además es protagonista de algunos momentos hilarantes del libro.
Para no desvelar nada de la trama sólo diré que el final es impactante. Y por supuesto acabas el libro deseando conocer el desenlace de la trilogía y el destino de estos personajes.
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“Corum se quedó mirando fijamente un rostro que se retorcía, compuesto por un millón de gusanos blancos. Dos muertos ojos rojos brillaban en la cara, y todos los horrores que Corum había presenciado a lo largo de su vida no se podrían comparar con la tragedia de aquel rostro. Dio un grito que se fundió con el del príncipe Gaynor el Maldito, mientras la carne de la cara se pudría transformándose en una incisión de espantosos colores que apestaban más que cualquier olor que pudiera surgir de las hordas del Caos. Y mientras lo contemplaba el rostro cambió sus facciones. A veces era el de un hombre de mediana edad, luego el de una mujer, otras la de un niño. Y en un fugaz momento reconoció su propia cara. ¡Cuántas máscaras de apariencia debía haber conocido el príncipe durante la eternidad de su maldición!”
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