Se confirma lo que prometía el personaje de Jhary, una vez más se hace indispensable y en más de una ocasión será decisivo en el destino de su amigo. Decepciona la breve aparición de algunos personajes como Mabelode, el último caballero de las espadas. Aunque a veces parece muy aniquilado, Corum sorprende para bien al final.
La novela termina concluyendo bien la trama iniciada en la primera parte de la trilogía, cuando parecía que el autor no podría cerrar tantas tramas pendientes, pero lo consigue. Aunque lo hace con unas últimas páginas muy aceleradas, el mayor inconveniente que encontré en el libro. Pero en general, esta es una trilogía de fantasía épica muy recomendable y ha hecho que quiera seguir con Moorcock.
Las historias sobre Corum no terminan para siempre en este tomo que cierra la Trilogía de las espadas. Continúan en otros tres libros cuya ambientación es mucho más celta. Me gustaría leer más sobre Corum, pero de momento estos libros están descatalogados en castellano. Así que mi próxima lectura sobre este escritor será El Ciclo de Elric de Melniboné, reeditado. He conocido a este personaje con su aparición en El rey de las espadas.
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“-Tenemos una cosa en común, Elric, y es que los dos estamos destinados a interpretar nuestro papel en la constante lucha entre los dioses de los mundos superiores, y nunca comprenderemos por qué esa lucha existe ni por qué es eterna. Luchamos, sufrimos agonía física y mental, pero nunca estamos seguros de que nuestro sufrimiento valga la pena.
-Tienes razón. Tú y yo tenemos mucho en común Corum.”
“Y allí estaba Tanelorn.
Era una ciudad azul que desprendía una inmensa aura del mismo color que armonizaba con la extensión del cielo que la rodeaba. Pero la variedad de tonos de sus edificios era tal que la ciudad parecía multicolor. Altos minaretes y cúpulas se juntaban y se cruzaban entre sí en increíbles espirales y curvas, como si lanzaran alegremente hacia los cielos, como si se deleitasen en silencio de su propia belleza azul, en todas sus gamas, desde el oscuro casi negro hasta un violeta muy claro, en todas sus formas de metal reluciente.”
“Fue toda su vida una prueba de que sin amor de la propia persona es también imposible el amor al prójimo, de que el odio a uno mismo es exactamente igual, y en fin de cuentas produce el mismo horrible aislamiento y la misma desesperación que el egoísmo más rabioso.”
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