SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR constituye un compendio de las preocupaciones esenciales de Miguel de Unamuno y una prueba de su indesmayable deseo de inquietar a los lectores. El drama de un sacerdote que finge una fe que ha perdido para que sus feligreses no caigan en la desolación da pie para unas profundas reflexiones sobre la inmortalidad, la contraposición entre realidad y apariencia, los misterios de la personalidad, la disyuntiva entre una verdad trágica y una felicidad ilusoria.
Las novelas de Miguel de Unamuno, tan nostálgicas y tristes, no son la lectura que más me conviene ahora, pero es que vi este librito en mi estantería y me atrajo poderosamente, y además caí en la cuenta que es el único pendiente que me queda en casa de este autor, del que había leído hasta ahora tres novelas maravillosas. Y la lectura de esta novelita, como la llama el propio autor, ha merecido la pena.
De la mano de Ángela Carballino, narradora de esta historia y una de sus protanistas, conocemos a Don Manuel Bueno, el sacerdote de Valverde de Lucerna. La joven encuentra en el cura al padre que perdió prematuramente. Todos en el pueblo veneran a este hombre, que consagra su vida a ellos sin pedir nada a cambia. Así que es fácil encariñarse pronto con Don Manuel , como uno más de los que viven con él. La historia toma un giro inesperado cuando regresa Lázaro, el hermano de Ángela, y aquí cada uno hace su ejercicio de reflexión. Cuando uno ha perdido la fe en el ser humano, merece la pena conocer a personajes como Manuel y que nos conmuevan, porque también existen fuera de la ficción.
Aparte de quedarme con este personaje, también me quedo con lo que interpreto de la historia: lo importante es nuestros actos diarios, lo que nos hace humanos, más que creer en algo en concreto y basar toda nuestra vida en eso. Por eso creo que Unamuno intenta mostrar el significado de las religiones en este libro, de ahí las creencias y la fe y contraponerlo a los valores y la humanidad.
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"¡Hay que vivir! Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sentir el sentido de la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma del pueblo de la aldea, a perdernos en ellas para quedar en ellas. Él me enseñó con su vida a perderme en la vida del pueblo de mi aldea, y no sentía yo más pasar las horas, y los días y los años, que no sentía pasar el agua del lago. Me parecía como si mi vida hubiese de ser siempre igual. No me sentía envejecer. No vivía yo ya en mí, sino que vivía en mi pueblo y mi pueblo vivía en mí. Yo quería decir lo que ellos, los míos, decían sin querer. Salía a la calle, que era la carretera, y como conocía a todos, vivía en ellos y me olvidaba de mí, mientras que en Madrid, donde estuve alguna vez con mi hermano, como a nadie conocía, sentíame en terrible soledad y torturada por tantos desconocidos."
"Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: «Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él, temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». (...) ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras."
2 comentarios:
Me gustó mucho. Recuerdo que me lo leí en un rato en la biblioteca.
Claro que en la biblioteca una eternidad a veces es una hora de estudio y un rato es un libro de Unamuno.
Besos.
Que lujo estudiar con Unamuno:)
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