En el París del siglo XV, con sus sombrías callejuelas pobladas por desheredados de la fortuna y espíritus atormentados, la gitana Esmeralda, que predice el porvenir y atrae fatalmente a los hombres, es acusada injustamente de la muerte de su amado y condenada al patíbulo. Agradecido por el apoyo que en otro tiempo recibió de ella, Quasimodo, campanero de Nuestra Señora, de fuerza hercúlea y cuya horrible fealdad esconde un corazón sensible, la salva y le da asilo en la catedral.
Después de quedar tan impactado por Los miserables, no pensé que otra novela de este autor me emocionara tanto. Recomendaría Nuestra Señora de París tanto como Los miserables, es otro de mis libros favoritos. Investigaré sobre el resto de su obra, porque leeré muchos más libros de él. Este libro tiene todos los ingredientes para cautivar a un lector: una historia hermosa, emotiva e impactante, unos grandes personajes, un buen trasfondo histórico y una mágica caracterización de escenarios y ambientes. Es fantástico el amor de Hugo a la catedral que se percibe en las páginas, como consigue recrear esos escenarios en las calles de París, como logra llevarnos a esos ambientes (la catedral, la Corte de los milagros, la plaza…), viviendo la historia. Me encanta como recrea muchas escenas de gran tensión, que son impactantes. Tiene pasajes muy emotivos, inolvidables. Los personajes los caracteriza de forma impresionante, tanto que los llegamos a conocer perfectamente. Es increíble como llega a crear perfiles tan diferentes, como a la impulsiva y valiente Esmeralda, el fanático y pasional Frollo que arrastra de forma trágica a todos, el pintoresco y divertido Gringoire, el noble Quasimodo… Y todos aportan cosas a la historia y de alguna forma se hacen imprescindibles. El final es de los más emocionantes que he leído últimamente, es realmente impactante. El pasaje final sencillamente hermoso. Este es de esos libros imprescindibles que no se pueden dejar pasar.
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" El aire, el cielo, la mañana, la noche, el claro de luna mis buenos amigos los truhanes, los buenos ratos pasados con las mozas, los bellos monumentos de París que estoy estudian¬do, los tres libros que tengo empezados, uno de los cuales va contra el obispo y sus molinos y, ¡yo qué sé cuántas cosas más! Anaxá¬goras decía que estaba en el mundo para admirar el sol. Además tengo la suerte de pasar todos mis días, de la mañana a la noche, con un hombre de ingenio que soy yo y me resulto muy agradable."
"Si me cuelgan, ¡pues qué! La cuerda es una clase de muerte como cualquier otra o, mejor dicho, no es una muerte como cualquier otra; es una muerte digna del sabio que ha oscilado toda su vida; una muerte que no es ni carne ni pescado, como el espíritu del verdadero escéptico; una muerte impregnada de pirronismo y de dudas, que se mantiene entre el cielo y la tierra y que le deja a uno en suspenso. Es una muerte de filósofo y cal vez me estaba predestinada. Es algo magnífico el morir como se ha vivido."
" Y ya medio fascinado intenté asirme a algo en mi caída. Recordé las trampas que el demonio me había tendido en otras ocasiones. Aquella criatura que veía abajo poseía esa belleza sobrenatural que sólo del cielo o del infierno puede proceder. No podía ser una simple muchacha hecha de barro y débilmente ilumi. nada en su interior por el vacilante rayo de un alma de mujer. ¡Tenía que ser un ángel! Pero un ángel de tinieblas y de llamas, que no de luz. Mientras pensaba en eso, vi junto a ti una cabra, el animal de los aquelarres, que me miraba y se reía. El sol del mediodía ponía fuego en sus cuernos. Fue entonces cuando logré entrever que era una trampa del demonio y estuve cierto de que tú venías del infierno y que venías para perderme. Estaba seguro de ello."
"-Jehan, estáis en una pendiente resbaladiza, ¿sabéis a dónde vais?
-A la taberna- respondió Jehan.
-La taberna acaba llevando a la picota.
-Es una linterna como otra cualquiera y a lo mejor Diógenes hubiera podido con ella encontrar a su hombre.
-Y la picota acaba llevando a la horca.
-La horca es una balanza que tiene a un hombre en un extremo y a toda la tierra en el otro. -Y la horca acaba llevando al infierno.
-Una inmensa fogata.
-¡Jehan, Jehan! ¡Tendrás un mal fin!"
" Se sale de la caverna con el pelo blanco, es verdad, pero hay que entrar con los cabellos negros. La ciencia sabe muy bien, ella sola, socavar, marchitar y secar los rostros humanos; no necesita que la vejez se los preste, pero si el deseo de entrar en su disciplina os domina a pesar de todo y si a vuestra edad deseáis descifrar el temible alfabeto de los sabios, está bien, venid conmigo y yo intentaré enseñaros. No os pediré, pues ya sois muy anciano para ello, que visitéis las cámaras mortuorias de las pirámides, de las que habla el antiguo Herodoto, ni la torre de ladrillos de Babilonia, ni el inmenso santuario de mármol blanco del templo indio de Eklinga. Tampoco he visto, como os pasa a vos, las construcciones caldeas edificadas según la técnica sagrada de Sikra, ni el templo de Salomón, ya destruido, ni las lápidas del sepulcro de los reyes de Israel que están rotas; nos limitaremos a algunos fragmentos del libro de Hermes de los que disponemos aquí. Os podría explicar la estatua de San Cristóbal, el símbolo de Semeur y el de los dos ángeles del pórtico de la Santa Capilla, uno de los cuales tiene en sus manos un jarrón y el otro una nube..."
"Se dio cuenta de que existía en el mundo algo más que las especulaciones de la Sorbona y los poemas de Homero; de que el hombre necesita afectos, de que la vida sin ternura y sin amor es un engranaje seco y chirriante y llegó a figurarse, sólo a figurarse, pues estaba aún en esa edad en la que las ilusiones sólo son reemplazadas por otras ilusiones, que los vínculos de la sangre y de la familia eran los únicos indispensables y que un hermanito bastaba para colmar toda una vida."
"En el suelo, en donde tremolaban las llamas, mezcladas con grandes sombras indefinidas, se podía ver pasar un perro que parecía un hombre o a un hombre que parecía un perro. Los límites de las razas y de las especies parecían borrarse en aquella ciudad, como en un pandemonium pues hombres, mujeres, animales, sexo, edad, salud y enfermedad, todo parecía patrimonio común en aquel pueblo; todo se hallaba junto, mezclado, confundido, superpuesto y todos, en fin, participaban de todo."