lunes, abril 14, 2008

LA FONTANA DE ORO de Benito Pérez Galdós




El escenario de LA FONTANA DE ORO (1870), café madrileño próximo a la Puerta del Sol y lugar de cita de escritores, artistas y políticos a comienzos del siglo XIX, sirve a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear el trienio liberal de 1820-1823. Publicada en 1870 y perteneciente al llamado "periodo histórico" del autor, que habría de culminar con el prodigioso fresco histórico-literario que son los «Episodios nacionales», la novela reconstruye vívidamente unos años marcados por las reuniones clandestinas de los conspiradores, las tertulias de los viejos cafés, las manifestaciones populares a los sones del «Trágala», el funcionamiento de las logias masónicas y de las sectas ultramontanas y las ejecuciones infamantes de la Plaza de la Cebada.




Después de admirar a este autor durante años y leer decenas de sus obras me encuentro con su primera novela, La Fontana de Oro (1870). Esta historia está encuadrada en el mismo período que los primeros episodios de la Segunda Serie de Episodios Nacionales (luego hay algunas referencias a la Primera Serie, Elías combatió junto al Empecinado), así que he tenido de cerca el referente. Me ha servido la espera para esta primera novela. Un gran comienzo el de este escritor, en esta obra ya se vislumbra las constantes que veremos a lo largo de toda su obra, el fanatismo extremo reflejado en Elías el Coletilla, la moral hipócrita de las odiosas Porreño, a excepción de doña Paulita, y su postura anticlerical. Desde las primeras páginas ya sorprende lo bien acabada que está la novela, la descripción de la carrera de San Jerónimo y de la mítica Fontana de Oro, escenario de muchos acontecimientos. Nos encontramos con una de las obras más políticas y sociales de Galdós. De los tres protagonistas de esta historia, Lázaro, Claudio y Clara, me quedo con la entrega y determinación de Claudio Bozmediano. Clara es la mártir que inspira lástima.
Gran debut de este escritor, muy recomendable como todo lo que leí de él hasta ahora.

***
“Doble fila de soldados apuntaba a la multitud que, confiada en su fuerza, no pudo resistir un movimiento de terror, retrocediendo al ver que se la recibía de aquella manera. «Atrás», dijo la voz del jefe. «Adelante: mueran los traidores», exclamó otra voz en el portal. En el mismo instante sonó un tiro y cayó un soldado. Hizo fuego sin reparo la tropa, y una descarga nutrida envió más de veinte proyectiles sobre la muchedumbre. La confusión fue entonces espantosa: avanzó la tropa; retrocedieron los paisanos, no sin disparar bastantes tiros y agitar las navajas, arma para ellos más segura que el trabuco. La gente de la calle sintió el retroceso de los del portal, y se replegó, abriéndoles paso. Al mismo tiempo un escuadrón de caballería bajaba por la calle del Conde-Duque, y un batallón de nacionales avanzaba por el Portillo, impidiendo la salida de los amotinados. Hubo luchas parciales; pero, no obstante, la dispersión del pueblo fue completa, desde que los del portal, recibidos por una descarga, retrocedieron hacia la plaza. La corrida que cruzó por la calle de San Bernardino y la plaza de San Marcial, arrastró en su rapidez a la mayor parte de las personas acumuladas allí por la curiosidad o la participación en el motín”


"Durante los seis inolvidables años que mediaron entre 1814 y 1820, la villa de Madrid presenció muchos festejos oficiales con motivo de ciertos sucesos declarados faustos en la Gaceta de entonces. Se alzaban arcos de triunfo, se tendían colgaduras de damasco, salían a la calle las comunidades y cofradías con sus pendones al frente, y en todas las esquinas se ponían escudos y tarjetones, donde el poeta Arriaza estampaba sus pobres versos de circunstancias. En aquellas fiestas, el pueblo no se manifestaba sino como un convidado más, añadido a la lista de alcaldes, funcionarios, gentiles-hombres, frailes y generales; no era otra cosa que un espectador, cuyas pasivas funciones estaban previstas y señaladas en los artículos del programa, y desempeñaba como tal el papel que la etiqueta le prescribía."


"Su mirada era como la mirada de los pájaros nocturnos, intensa, luminosa y más siniestra por el contraste obscuro de sus grandes cejas, por la elasticidad y sutileza de sus párpados sombríos, que en la obscuridad se dilataban mostrando dos pupilas muy claras. Estas, además de ver mucho, parecía que iluminaban lo que veían. Esta mirada anunciaba la vitalidad de su espíritu, sostenido a pesar del deterioro del cuerpo, el cual era inclinado hacia adelante, delgado y de poca talla."


"Más vale que tengan libertad ciento que no la comprenden, que la pierda uno solo que conoce su valor. Los males que con ella pudieran ocasionar los ignorantes son inferiores al inmenso bien que un solo hombre ilustrado pueda hacer con ella. No privemos de la libertad a un discreto por quitársela a cien imprudentes."


"En aquel momento sus ojos miraban en derredor, asombrados, asustados, con melancolía y vaguedad, como el que no ha visto nunca un horizonte y lo ve por primera vez. "

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como ya te comenté en su momento, esta es de las novelas de Galdós que suele gustar menos, por su alto contenido político. Sin embargo, a mí me fascinó: primero, porque es Galdós en estado puro; y, segundo, porque se centra en la época a la que me dedico en mi trabajo. Cuando en clase expliqué la obra galdosiana, casi siempre la ponía de ejmplo, pues es muy ilustrativa para comprender el movimiento realista.

¡Un saludo!