martes, febrero 19, 2008

EL GRANDE ORIENTE de Benito Pérez Galdós


EL GRANDE ORIENTE recoge, en su título, el nombre de una activa sociedad secreta que intervino poderosamente en los acontecimientos que agitaron la vida política española en el «trienio constitucional» que fue de 1820 a 1823. En este periodo, dominado por una agitación política y social en la que siguieron encontrando caldo de cultivo los vicios ancestrales de la sociedad española, Salvador Monsalud continúa desgranando su azarosa trayectoria civil y sentimental.

Don Benito terminó el manuscrito de El Grande Oriente en junio de 1876. Como reza en la contraportada la historia está encuadrada en el Trienio Liberal de 1820 a 1823. En mi opinión este es el mejor episodio de los cuatro que he leído hasta ahora de esta segunda serie de los EE NN. En la novela se narra muy bien la intensidad de una sociedad convulsa, la revolución del pueblo. Esta vez Salvador Monsalud, que vuelve a ser el protagonista, se adentra en una sociedad secreta cuyo nombre da título a esta novela. Galdós aporta una impresionante descripción de los masones y de su institución, las logias, un extenso mundo lleno de personajes pintorescos. Así queda reflejada la exaltación de los masones. En este episodio es donde conocemos más la psicología de Monsalud, donde el personaje el más profundo. Esto se debe a la marcada relación con otros personajes como Andrea o Soledad. El autor consigue conmovernos con la trágica historia de Don Gil de la Cuadra y su hija Soledad. Esta última me pareció uno de los personajes más completos de la historia, me pareció fascinante, habrá que ver si Galdós retoma este personaje en próximos episodios. En conjunto, es una novela muy recomendable, que nos enmarca muy bien en la convulsión del Trienio Liberal, en un impactante final, y nos muestra perfectamente el mundo de la masonería (a mí personalmente me pareció bastante interesante).




***


"Sí; era en la calle de Coloreros, en esa oscura vía que abre paso desde la calle Mayor hasta la plazuela y arco de San Ginés. Allí era, sin duda alguna, y hasta se puede asegurar que en la misma casa donde hoy admira el atónito público fabulosa cantidad de pececillos de colores dentro de estanques de madera y muestras preciosas de una importantísima industria: las jaulas de grillo. Allí era, sí, y no es fácil que ningún contemporáneo lo niegue, como han negado que Francisco I estuviese en la torre de los Lujanes y que Sertorio fundara la Universidad de Huesca (que es achaque de los modernos meterse a desmentir la tradición). Allí era, sí, en la calle de Coloreros y en la casa de los rojos peces y de las jaulas de grillos, donde vivía el gran D. Patricio Sarmiento."




"Era de mediana edad y fisonomía harto común, ni alto ni bajo, moreno y curtido de rostro, a excepción de la frente, que era muy blanca. Sus pobladas cejas negras y el pelo espeso y cerdoso indicaban fortaleza. Había en sus ojos la vaguedad singular propia de los tontos o de los que aparentan serlo, y a menudo reía, como tributando de este modo complaciente lisonja a cuantos le dirigían la palabra. Vestía completamente de negro, asemejándose por esta circunstancia a una persona de estado eclesiástico; afectaba la más refinada compostura, y al mirar contraía los párpados a manera de los miopes. Si los abría en momentos de sorpresa, de miedo o de ira, distinguíanse los verdosos y dorados reflejos de su iris, muy parecido al de los gatos. Cuando quería hablar algo de interés iba acercándose poco a poco al asiento de su interlocutor, y su manera de acercarse, su especialísima manera de sentarse, arrimando el codo o el hombro a la persona, eran fiel copia de los zalameros arrumacos del gato. Muchos habían observado esta semejanza, y hasta en el apellido de Re-gato, es decir, reiteración en las cualidades gatunas, hallaban motivo de burla los maliciosos."




"¿Cuál de las dos camarillas es más responsable ante la historia, la del populacho o la de los hombres leídos? No es fácil contestar. La primera, en medio de su barbarie, había resuelto algo en el asunto del día; la segunda, a pesar de su ilustración, no había resuelto nada. "




"-Otra equivocación -decía-, otra caída, otro desengaño. Todo aquello en que pongo los ojos se vuelve negro. Si mi corazón se apasiona por algo, persona o idea, la persona se corrompe y la idea se envilece. Conspiro, y todo sale mal. Deseo la guerra, y hay paz. Deseo la paz, y hay guerra. Trabajo por la libertad, y mis manos contribuyen a modelar este horrible monstruo. Quiero ser como los demás, y no puedo. En todas partes soy una excepción. Otros viven y son amados; yo no vivo ni soy amado, ni hallo fuente alguna donde saciar la sed que me devora. ¿Amigos? Ninguno me satisface. ¿Artes? Las siento en mí; pero no tengo educación para practicarlas. ¿Amor? Siempre que me acerco a él y lo toco, me quemo. ¿Religión? Los volterianos me la han quitado, sin ponerme en su lugar más que ideas vagas... Dios mío, ¿por qué estoy yo tan lleno y todo tan vacío en derredor de mí? ¿En dónde arrojaré este gran peso que llevo encima y dentro de mi alma? Voy tocando a todas las puertas, y en todas me dicen: «Aquí no es, hermano; siga usted adelante». "




"La puerta no se resistió mucho. Lo que empezaron los hachazos, dos docenas de coces lo concluyeron. Disparáronse al aire varios fusiles de milicianos, la turba penetró en el patio de la cárcel, rápida como un brazo de agua, rugiente y soez. Hay un grado de ferocidad que la Naturaleza no presenta en ninguna especie de animales; sólo se ve en el hombre, único ser capaz de reunir a la barbarie del hecho las ignominias y brutalidades de la palabra. Viendo a los hombres en ciertas ocasiones de delirio, no se puede menos de considerar a la hiena como un animal caritativo."




23 de febrero de 2008

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