La relación amorosa del joven escritor Varguitas con una mujer de su familia mayor que él, la tía Julia, y la desaforada presencia del folletinista Pedro Camacho en la misma emisora de radio donde Varguitas trabaja, son las dos historias en que se vertebra el argumento de La tía Julia y el escribidor.La noble pasión amorosa entre la tía Julia y el aprendiz de novelista, que la sociedad limeña de los años cincuenta trata por todos los medios de impedir, se combina con las narraciones truculentas del folletinista de las ondas.
De no haber sido por Sonia no habría leído esta novela, regalo suyo, pues el único pendiente que me quedaba de este autor en casa era La fiesta del chivo, y esta no me era tan conocida. Descubrí que era autobiográfica o semi-autobiográfica, el escritor la definía en el prólogo como collage autobiográfico. El caso es que es una historia maravillosa, donde disfruté del humor de la vida cotidiana. Nos enseña el poder del amor, que vence a la hipocresía y a los fuertes prejuicios sociales.
Como pude comprobar que les pasó a sus lectores, al comienzo de la novela no comprendes bien algunos cambios, pero pronto descubres a qué se deben. Luego el ritmo es imparable. Vargas usa una narración a modo de folletín, que hasta ahora no había conocido en sus otras novelas, al menos no de forma tan marcada, tal y como haría su personaje Pedro Camacho creando a destajo sus radionovelas.
Los personajes con los que me quedo no podrían ser otros que Pedro Camacho, Julia y Mario. Pedro Camacho tiene una personalidad bastante peculiar, y es fascinante su amor hacia su trabajo y su capacidad. Su amistad con el protagonista Mario, que irá descubriendo que es más afín a él de lo que espera, nos permitirá conocer el mundo de la radio y su día a día. La historia de amor entre Julia y Varguitas me gusta por ser atípica. Mario que sueña con ser escritor y vive por y para la literatura, se complementa con Julia que no tiene esos intereses, pero es valiente e ignora lo prejuicios.
He ido de menos a más con Mario Vargas Llosa, porque esta, su tercera novela que he leído, es la que más me ha gustado con diferencia (teniendo en cuenta que Travesuras de la niña mala, la segunda, me encantó). Lo único que no me gustó es el desenlace de uno de los personajes, por lo demás no cambiaría nada de esta obra.
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“Nos sentamos y estuvimos conversando cerca de dos horas. Le conté toda mi vida, no la pasada sino la que tendría en el futuro, cuando viviera en París y fuera escritor. Le dije que quería escribir desde que leía por primera vez a Alejandro Dumas, y que, desde entonces soñaba con viajar a Francia y vivir en una buhardilla, en el barrio de los artistas, entregado totalmente a la literatura, la cosa más formidable del mundo. Le conté que estudiaba Derecho para darle gusto a mi familia, pero que la abogacía me parecía la más espesa y boba de las profesiones y no la practicaría jamás. Me di cuenta, en un momento, que estaba hablando de manera muy fogosa y le dije que por primera vez le confesaba esas cosas íntimas no a un amigo sino a una mujer.”
“El hijo del estupro mostró para sobrevivir la misma terquedad que para vivir había demostrado cuando estaba en la barriga: fue capaz de alimentarse tragando todas las porquerías que recogía en los tachos de basura y que disputaba a los mendigos y perros. En tanto que sus medio hermanos morían como moscas, tuberculosos o intoxicados, o niños que llegan a adultos aquejados de raquitismo y taras psíquicas, pasaban la prueba sólo a medias, Serafino Huanca Leyva creció sano, fuerte y mentalmente pasable.”