«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.» Con estas palabras empieza una novela ya legendaria en los anales de la literatura universal, una de las aventuras literarias más fascinantes del siglo XX. Millones de ejemplares de Cien años de soledad leídos en todas las lenguas y el premio Nobel de literatura coronando una obra que se había abierto paso «boca a boca» —como gusta decir el escritor— son la más palpable demostración de que la aventura fabulosa de la familia Buendía-Iguarán, con sus milagros, fantasías, obsesiones, tragedias, incestos, adulterios, rebeldías, descubrimientos y condenas, representaba al mismo tiempo el mito y la historia, la tragedia y el amor del mundo entero.
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El autor creo todo un universo en una trama muy bien trabajada, que consigue que el lector no abandone las páginas y quiera llegar hasta el final, por la emotividad e impacto de los sucesos. Los personajes son tan inolvidables como diferentes. Así tenemos a personajes tan distintos como José Arcadio Buendía y Aureliano, a pesar de ser padre e hijo.
El tema de la novela invita a reflexionar: la riqueza material no nos hace feliz si no tenemos riqueza espiritual y emocional, pues nos vemos condenados a la soledad. La prueba de ello está en que ninguno de los Buendía encuentra la felicidad, limitándose a lo material, dejando de lado el amor.
En la trama se emplean demasiados saltos temporales hacia el futuro, y a veces pueden desorientar con la situación presente. El mayor motivo para que aún no se hayan atrevido a hacer una adaptación cinematográfica.
El tema de la novela invita a reflexionar: la riqueza material no nos hace feliz si no tenemos riqueza espiritual y emocional, pues nos vemos condenados a la soledad. La prueba de ello está en que ninguno de los Buendía encuentra la felicidad, limitándose a lo material, dejando de lado el amor.
En la trama se emplean demasiados saltos temporales hacia el futuro, y a veces pueden desorientar con la situación presente. El mayor motivo para que aún no se hayan atrevido a hacer una adaptación cinematográfica.
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“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”
“En aquél Macondo olvidado hasta por los pájaros, dónde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa dónde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Ursula eran los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra.”
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