Por primera vez en una década, Willy Wonka, el solitario y excéntrico fabricante de chocolate, abre las puertas de su fábrica al público, a cinco niños para ser exacto. Para tal motivo incluyó cinco billetes dorados en sus chocolatines Los cinco afortunados que encuentren los billetes se harán acreedores de una visita guiada dada por el mismísimo Sr. Wonka. Para Charlie Bucket, esto es un sueño hecho realidad.
La novela como el título anuncia es una lectura verdaderamente deliciosa. Este libro ha conseguido algo especial: he vuelto y mirado con nostalgia mi infancia. Llevaba años queriendo leer este libro, desque que vi la adaptación de Tim Burton Pienso que como me sucedió con Jim Botón y Lucas el maquinista, hubiera sido fantástico descubrir este libro de niño. Pienso que Roald Dahl es como Michael Ende, aparte de crear una historia fantástica, también creo un transfondo que hiciera reflexionar a los niños (y a los no tan niños). Sólo hay que mirar las canciones de los fabulosos Oompa-Loompas (por cierto mucho mejores que los de la película). Me encanta la humanidad de Charlie y el humor y entusiasmo de Wonka, y el vínculo especial que se establece entre ellos. Recomiendo completamente el libro y su primera adaptación cinematográfica.
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“Todo el día lo dedicaban a leer libros y por doquier en estanterías y bibliotecas, sobre las mesas, en librerías, ¡bajo las camas siempre había miles de libros que leer! Historias fantásticas y maravillosas de fieros dragones y reinas hermosas, de osados piratas, de astutos ladrones, de elefantes blancos, tigres y leones. De islas misteriosas, de orillas lejanas , de tristes princesas junto a una ventana, de valientes príncipes, apuestos, galantes, de exóticas playas, países distantes, historias de miedo, hermosas y raras. Los más pequeñitos leían los cuentos, ¡historias que hacían que el tiempo volara!”
“El ascensor se detuvo. Se detuvo y se quedó en el aire, sobrevolando como un helicóptero, sobrevolando la fábrica y la ciudad misma que yacía a sus pies como una tarjeta postal. Mirando hacia abajo a través del suelo de cristal que estaba pisando, Charlie podía ver las pequeñas casitas lejanas y las calles y la nieve que lo cubría todo. Era una sensación extraña y sobrecogedora la de estar de pie sobre un cristal transparente a tamaña altura. Uno se sentía como si flotase en el vacío.”
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