«En la lejana China existe un mandarín inmensamente rico. Nada sabes de él, ni de su nombre, ni de su rostro, ni de la seda con que se viste. Para heredar sus inagotables riquezas basta con que toques esa campanilla que está a tu lado sobre un libro. El mandarín tan sólo exhalará un suspiro en los confines de Mongolia. Al momento será un cadáver. Y tú verás a tus pies más oro del que puedes soñar. Tú, que estás leyendo esto y eres hombre mortal, ¿tocarás la campanilla?»
Mi primera lectura prevista sobre este autor portugués era El primo Basilio, pero antes se me adelantó esta delicia de novela corta llamada El mandarín, cuyas 90 páginas se leen en casi nada, como si de un cuento (oriental en este caso) se tratara.
Teodoro conoce la existencia de una increíble campanilla de un mandarín, toma la decisión de tocar, pues si lo hace, el mandarín morirá y heredará todas sus inmensas riquezas. Teodoro no sabe lo que acaba de hacer, aunque al principio la euforia del poder no le ha le haga consciente… El protagonista si algo aprende es que la riqueza absoluta y poder no otorgan felicidad, sino todo lo contrario más bien, sobre con el grado de deterioro moral y destrucción personal. Si uno se para a reflexionar es aterrador. De esta historia, con viajes a Oriente y fantásticas descripciones, el autor nos deja con un inquietante final. De todo esto, se puede sacar un análisis positivo u optimista, y es que aferrarnos a tenernos más cosas materiales no nos hará más felices.
La primera experiencia Queiroz ha sido gratificante, sin duda es un buen narrador, así que recomiendo esta novela corta. Yo de momento iré descubriendo su obra. El próximo que reseñaré aquí es El primo Basilio. Una amiga mía lo define como el Galdós portugués. Ya os iré comentando mis impresiones sobre este nuevo autor.
"Nuestros ojos humedecidos encontraban a veces un cuadro de satín negro encima del diván, donde figuraban, en caracteres chinos, frases sagradas del libro sagrado de Li-Nun sobre los deberes de la esposa. Pero ninguno de nosotros entendía el chino... Y en el silencio, nuestros besos volvían a comenzar, espaciados, sonando dulcemente y comparables (en la lengua florida de aquellos países) a perlas que caen, una a una, sobre una bandeja de plata... ¡Oh, suaves siestas de los jardines de Pekín! ¿Dónde estáis ahora? ¿Dónde estáis, hojas muertas de los lirios escarlata del Japón?"
1 comentario:
El Galdós portugués? Vale, me has convencido!
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