“-Usted conoce, sin duda, este contrato, señor Consejero. En su momento lo cerró personalmente con mi jefe y lo firmó con su propia mano. En él se dice que son otorgados a usted durante este siglo, por parte de su Protector, poderes extraordinarios, realmente extraordinarios, sobre la naturaleza entera y los hombres. Pero también se dice que usted se compromete a cumplir antes de fin de año, directa o indirectamente, las siguientes misiones: exterminar diez especies de animales, sean mariposas, peces o mamíferos; contaminar cinco ríos o cinco veces el mismo río; provocar la muerte de diez mil árboles automáticos y así sucesivamente, hasta el último punto: desencadenar en el mundo una epidemia nueva cada año, como mínimo, que haga sucumbir a hombres o animales, o a unos y otros. Por fin: manipular el clima del país de forma que se alteren las estaciones del año y haya períodos de sequía o inundaciones. Mi querido señor en el año transcurrido solo ha cumplido usted la mitad de esas obligaciones. Mi jefe piensa que eso es lamentable, muy lamentable. Y usted sabe que significa eso para su Excelencia. ¿Tiene usted algo que objetar?”
“Sabían que había pocas esperanzas de éxito si los animales pedían ayuda a los animales. Eso estaba más que comprobado. Incluso en los casos en que escuchar los gritos de socorro de la naturaleza habría redundado en beneficio de los propios hombres, éstos se habían hecho los sordos. Habían contemplado las lágrimas de sangre de muchos animales, y se habían limitado a seguir comportándose como antes. No, de los hombres no cabía esperar una salvación rápida y decidida. Pero entonces ¿de quién?”
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